ANTOLOGÍAS LITERARIAS
Se suele afirmar que en España la literatura llegó a la enseñanza del francés con el Arte de hablar bien francés de Pedro Nicolás Chantreau (1781), gracias a las adiciones que aparecían en la segunda parte de ese libro. No faltaban en ellas fragmentos literarios, en realidad verdaderas colecciones de textos debidamente seleccionados, con el fin de ayudar a los usuarios del libro a ejercitarse en la traducción y la lectura. Pero sobre todo Chantreau presentaba lo que él llamaba una "biblioteca francesa", es decir "una selección de libros que cualquier persona interesada por esa literatura debe tener", entre los que sobresalía, siguiendo una corriente arraigada en buena parte de Europa desde las primeras décadas del siglo XVIII, las Aventures de Télémaque de Fénelon. A partir de ese momento, cada vez más autores de manuales para la enseñanza del francés utilizarán "trozos selectos" (textes choisis) para dar consistencia a sus explicaciones gramaticales, recurriendo a la autoridad literaria y moral de los grandes autores clásicos como referentes necesarios y prestigiosos. Es algo que se hace cada vez más evidente en las últimas décadas del siglo XVIII. Es el caso, por ejemplo, del libro de Mathias Rueda y León cuyo título Gramática Francesa para uso de la Nación Española, sacada de los mejores autores franceses, especialmente de la Academia Francesa (1801), que es toda una declaración de principios e ilustra claramente esa nueva influencia de la literatura en los manuales de francés. Y poco años después será Pablo Antonio Novella quien en su Nueva Gramática de la lengua Francesa y Castellana (1813) abogue por la importancia de los textos literarios para el aprendizaje de la lengua, tomando como punto de referencia una vez más el libro de Fénelon. Para Novella la enseñanza de una lengua ha de ir ligada obligatoriamente a la literatura que la vehicula. Lo que queda reflejado en estos versos que pone al final de su gramática, y que representan sin duda alguna un alegato indiscutible a favor de los textos literarios: "Si tienes gusto en leer, / Y deseas ilustrarte, / Conocer del hombre, / Quál es su genio y poder: / El Tito Livio en latín, / Metastasio en italiano, / El Quixote en castellano, / El Telémaco en francés, / Y el Almeyda en portugués / Nunca dexes de la mano". A partir de ahí, y a medida que el siglo XIX avanza, esa práctica literaria se impone cada vez más, lo que produce, como ocurre igualmente en otros países europeos, la necesidad de completar con textos literarios las gramáticas y manuales. De este modo empezarán a surgir manuales independientes de las gramáticas cuyos títulos hablan por sí solos: "Lecciones francesas de literatura", "Trozos selectos", "Colecciones de autores franceses", "Florilegios", "Crestomatías", etc. Verdaderas antologías repletas de textos de autores de los siglos XVII y XVIII, a los que se añaden con el tiempo autores contemporáneos. Entre todas esas obras hay que citar por su papel precursor la de Lorenzo Alemany que publica en Madrid en 1829, como complemento de su Gramática Francesa (Madrid, 1826), una Colección de autores franceses dispuesta para la más cabal instrucción de la juventud, que será seguida unos años después de la que fue quizá la más importante antología de textos franceses de carácter pedagógico en el siglo XIX, la de Francisco de Tramarría (Leçons françaises de littérature et de morale choisies des meilleurs auteurs qui ont écrit dans ce genre), cuya primera edición es de 1839, con varias reediciones a lo largo de las décadas siguientes. Estas reediciones tienen especial interés, pues muestran como nuevos autores empiezan a incorporarse a esas antologías y a compartir un lugar de excepción junto a los grandes autores clásicos. Pero el punto de inflexión de esa nueva tendencia será la ley de Instrucción pública de 1857 (ley Moyano), cuando la lengua extranjera -en la práctica el francés- se convierte en asignatura, en principio obligatoria, de la enseñanza secundaria. A partir de ese momento los manuales van a multiplicarse, y con ellos, debido al prestigio de la literatura francesa y en especial de sus grandes autores clásicos, los textos literarios, siguiendo así las nuevas corrientes que dominan entonces al norte de los Pirineos. Las antologías con trozos escogidos de los principales autores franceses son cada vez más frecuentes en las últimas décadas del siglo XIX. Entre otras hay que citar la 2ª edición (póstuma), corregida y considerablemente aumentada de la Crestomatía francesa. Selectas de los escritos más eminentes de Francia, así en prosa como en verso (1884) de Antonio Bergnes de las Casas. Pero no hay que dejar tampoco de lado el manual Choix de lectures agréables... de Francisco Anglada y Reventos, una antología especialmente rica que no desmerece en modo alguno ni la de Lorenzo Alemany ni la del propio Bergnes de las Casas. Y ello sin olvidar tampoco los Morceaux choisis de littérature en prose et en vers (1889) de A. Miracle Carbonell, con algunas propuestas que podemos considerar originales para la época, como su "Choix de lettres de femmes célèbres depuis le XVIe siècle jusqu'à nos jours". Pero esta tendencia que se impone en la segunda mitad del siglo XIX se trunca momentáneamente, en algunos casos, en los primeros años del XX, debido con toda probabilidad a la influencia del Método directo que se impone por entonces en España, con retraso por cierto con relación a otros países europeos. La literatura se hace menos frecuente durante unos años en los manuales de lengua francesa. Basta con acercarse a los publicados entre 1900 y 1915 para comprobar que la presencia de textos literarios dirigidos a la enseñanza del francés disminuye, ya que los autores prefieren recurrir, con mayor o menor éxito, a métodos que hoy calificaríamos de eminentemente "prácticos" y "comunicativos". Algunos títulos de manuales de la época informan sobre la situación, pudiéndose comprobar como entre sus contenidos la fonética juega un papel primordial (Cf. Fischer, García Bascuñana, Gómez 2004: 255-257). Pero coincidiendo con los años de la Primera Guerra mundial la literatura recupera en los manuales de francés el lugar que había ocupado durante buena parte del siglo XIX. Y ese "regreso de la literatura" adopta a partir de entonces una nueva orientación pues, sin dejar de lado a los grandes clásicos, empiezan a aparecer cada vez más en los manuales escolares de francés autores del siglo XIX e incluso algunos contemporáneos. Es el caso, por ejemplo, del libro de Arturo Selfa y Mas (1917) que incluye, además de los consabidos textos clásicos de Bossuet, La Fontaine, La Bruyère, Fénelon, Rollin, Montesquieu, Buffon, Bernardin de Saint-Pierre, fragmentos de autores del siglo XIX tales como Chateaubriand, Lamartine, François Coppée o Alphonse Daudet. Sin contar que se pueden encontrar también textos de autores menos relevantes como Alfred Assolant, Paul Féval, Émile Souvestre y Octave Feuillet, e incluso autores más próximos en el tiempo como Louis Liard (1846-1917) y René Bazin (1853-1932). A veces se da el caso que la presencia de autores clásicos disminuye claramente potenciándose la presencia de autores de los siglos XIX y XX, como puede verse en la Antología de textos franceses ordenados para el estudio progresivo de la lengua (1923) del profesor de Instituto y de las Escuelas Normales de Maestros y Maestras de Gerona Antonio Soler, que representa un claro ejemplo de la nueva tendencia de incluir textos de autores modernos y contemporáneos. En ese libro no aparecen más que cuatro nombres importantes de los siglos XVII y XVIII: Corneille, Racine, Molière y Lesage. Al que se añade el de Jean-Pierre Claris de Florian. Los demás son sobre todo escritores del siglo XIX, entre los que hay que citar a Balzac, Stendhal, Benjamin Constant y los hermanos Goncourt, junto a autores "menores", muchos más conocidos en la época que en la actualidad. Aunque no faltan tampoco escritores de las primeras décadas del siglo XX como Jean Aicard, Anatole France y Tristan Bernard. Lo que es evidente es que se va imponiendo poco a poco la tendencia de incluir cada vez más autores de los siglos XIX y XX en detrimento de los clásicos. Los casos más evidentes son la Crestomatía Francesa de Eduardo Luis Palacio Fontán y la Antología o colección de los mejores trozos literarios franceses de Eduardo Ugarte Albizu, dos obras publicadas en el primer terció del siglo XX y que conocieron varias reediciones. Se puede afirmar que las tendencias comienzan a cambiar, y por lo tanto los autores "modernos" figuran cada vez más en los manuales de francés que se van publicando en España. En la recopilación de textos de Ugarte Albizu se descubre incluso cada vez más una presencia importante de la poesía, con toda la problemática que ello plantea, suscitando muchas preguntas en torno a su verdadero papel en la enseñanza del francés como lengua extranjera. Se encuentran en ese libro poetas románticos que aparecían en manuales anteriores (Lamartine, Musset, Vigny, Théophile Gautier, Victor Hugo), además de poetas parnasianos (Heredia, Leconte de Lisle) y simbolistas (Verlaine y Mallarmé). Curiosamente la elección de poemas, tanto en el caso de Verlaine como en el de Mallarmé, evidencia los gustos literarios del autor del manual, sobre todo en el caso del segundo, cuyos poemas seleccionados pertenecen todos ellos a su período simbolista. Sorprendentemente Ugarte Albizu omite los nombres de Baudelaire y Rimbaud, lo que plantea muchos interrogantes sobre las vías de recepción de la poesía francesa en España, especialmente para uso escolar, y sobre todo puede conducir a interrogarse respecto a la propia noción de "modelos literarios" y los criterios en los que se basaban los gustos literarios y los criterios morales de la época. Ocurre, por otra parte, que ciertas compilaciones de textos literarios utilizados en España en clases de francés acaban desbordando el marco estrictamente lingüístico hasta acaban convertiéndose, en cierto modo, en verdaderos manuales de literatura francesa, con aproximaciones especialmente pertinentes en algunos casos. Sin contar que hay que señalar, en los años que preceden a la Guerra civil, una novedad importante: la irrupción en los manuales de lo que Gonzalo Suárez Gómez (autor de una Anthologie Française en 1929, reeditada en 1934 y 1936) llama "poésie ancienne", en realidad textos poéticos desde el siglo XVI hasta mediados del XIX, seguidos de la "poésie nouvelle", que abarca la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX. La cuestión se plantea respecto a la presencia de la literatura del siglo XVI prácticamente por primera vez en un manual de francés editado en España. Lo que provoca igualmente muchos interrogantes en torno a las razones que empujaron a ciertos autores de manuales, a partir de los años 1920, a incluir por primera vez escritores del siglo XVI y, lo que es más sorprendente, en algunos casos, de la Edad Media. Ello se explicaría por el hecho de que durante las décadas de 1920 y 1930 se produjo un cierto "descubrimiento" del Medievo, lo que en cierto modo acabaría influyendo en los autores de manuales para la enseñanza del francés. La razón de ese "gusto por la Edad Media" se debe en parte a la propia formación de los profesores de francés de la época, pues muchos de ellos realizan, en las facultades de Filosofía y Letras, estudios de Filología Románica. Para esos profesores enseñar francés se convierte en una ocasión propicia para acercarse a una literatura prestigiosa, lo que sirve para realzar el interés de su disciplina, al tiempo que les sirve para codearse con especialistas de renombre. Sobre todo porque esta nueva situación coincide en el tiempo con el debate que se produce en la Institución Libre de Enseñanza respecto a los medios y objetivos de la enseñanza de lenguas, en el que participan, entre otros, personalidades de prestigio como el filólogo e historiador Américo Castro y el profesor de psicología Rubén Landa. En cualquier caso la cuestión se plantea con respecto al interés de los textos medievales o preclásicos para estudiantes que tenían que adquirir sobre todo competencias lingüísticas y comunicativas. Pero la ambigüedad subsiste entonces y se mantendrá todavía durante bastante tiempo con relación a ese tipo de enseñanza, y ello a pesar de los debates metodológicos de la época sobre el lugar del francés en el sistema educativo español, tanto en la enseñanza secundaria como en las universidades. El debate que domina a principios de la década de 1930, escindido entre posiciones contradictorias, se va a ver impregnado por un nuevo discurso sobre la enseñanza de las lenguas extranjeras en el que, sin dejar de insistir en la importancia de las competencias lingüísticas, se pone el acento en la dimensión cultural y en la influencia de las nuevas corrientes filológicas y literarias. Todo ello no estará ausente del discurso didáctico de la época, como lo prueban los nuevos planes de estudios de la II República, que incluyen la literatura en los estudios de formación de los futuros profesores de lenguas extranjeras y más concretamente de francés. A tal fin el decreto de 15 de septiembre de 1931 establece a modo de ensayo, en las facultades de Filosofía y Letras de Madrid y Barcelona, una serie de pruebas necesarias para la obtención de la licenciatura de Filología Moderna, tanto para la opción de español como de lenguas extranjeras. Los candidatos, tras haber realizado tres años de estudios debían realizar dos series de pruebas. La primera, común para todas las filologías modernas, incluía las lenguas clásicas y el árabe, y temas de filosofía, historia y literaturas española. La segunda era específica para las lenguas extranjeras. La de francés constaba de ejercicios escritos y orales. Entre los primeros: traducción directa latín-español y traducción directa e inversa español-francés con su correspondiente trascripción fonética y dos disertaciones, una de literatura española y otra, en francés, de literatura francesa. Los ejercicios orales consistían en comentarios filológicos de un texto español y de dos textos franceses, uno en francés moderno y otro en francés antiguo; seguidos de dos exposiciones, una sobre literatura española y otro sobre literatura francesa. Todos los ejercicios referidos tanto a la lengua como a la literatura francesa tenían que realizarse en esa lengua. Todo ello es una muestra de la importancia concedida en los nuevos planes de estudio a la literatura francesa, incluida la literatura medieval, lo que tendrá pronto grandes consecuencias. Las antologías que van apareciendo entre 1931 y 1936 ponen de manifiesto una tendencia que se iba imponiendo desde la década anterior, pero que ahora empezaba a contar con apoyo oficial. Un ejemplo de la nueva situación es el libro de Jesús Guzmán y Martínez, profesor de francés en un instituto de enseñanza secundaria, que se presenta además en la cabecera de su libro como miembro del cuerpo técnico de archivistas, bibliotecarios y arqueólogos, lo que evidencia sus verdaderos intereses. Entre los manuales que publica hay que mencionar uno que atrae especialmente la atención. El título de dicho libro representa un testimonio indiscutible de las "nuevas tendencias": La literatura francesa anterior al siglo XVIII (Madrid, 1935). Se trata de un libro que muestra los intereses filológicos y literarios de su autor, pero que va en detrimento quizá del interés pedagógico y didáctico, pues no se acaba de entender el uso que se podía hacer de ese tipo de libros en las aulas, sobre todo si se tiene en cuenta que dicho manual se presenta sin prólogo y sin ninguna explicación didáctica previa. Un caso bastante parecido es el de Rafael Reyes, autor de una Historia de la Literatura Francesa ilustrada con textos, dividida en dos tomos, con una primera parte abarcando "desde los orígenes hasta fines del siglo XVII" y una segunda que abarcaba desde "el siglo XVIII hasta nuestros días", en su edición de 1935, en cuyo prefacio Reyes subrayaba que con su libro había "dado satisfacción no solamente a las prescripciones legales del nuevo plan de segunda enseñanza sino que [había] atendido al principio consagrado en la didáctica universal de dar vida a la Historia de la Literatura de una lengua mediante los textos y análisis de los mismos" . En cualquier caso la presencia de la literatura en los manuales de francés se convierte en los años 1920 y 1930 en una materia que forma parte de los estudios de esa lengua en la segunda enseñanza y a la que se dedican dos cursos completos. Situación que se mantendrá de alguna manera tras la Guerra Civil, aunque se acabará reduciendo el estudio de la literatura a un único curso (5º curso de Bachillerato) en el plan vigente hasta finales de los años 1960, momento en el que tras la implantación de la Ley General de Educación de 1970 los nuevos planes de estudios apostarán cada vez más por los métodos audiovisuales, potenciando la vertiente comunicativa en el aprendizaje de las lenguas extranjeras, lo que irá en detrimento de la presencia de la literatura en el aula de francés.
Alicia Piquer Desvaux
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